martes, 30 de noviembre de 2010

Tras una nota de Clarín, un hogar para mujeres se salvó del remate.

Necesidad.Tienen 60 camas y muchos colchones deben renovarse.

Pura felicidad. Lidia Hernández, fundadora del hogar, tras enterarse ayer la buena noticia. Detrás, algunas de las madres con sus hijos.

"Se hizo el milagro!”, exclama, radiante, Lidia Hernández, alma mater del hogar Sol Naciente, que alberga a mujeres solas y madres con sus hijos e hijas. Hasta ayer, el inmueble tenía fecha de remate porque no habían podido levantar la hipoteca. Pero a la mañana, tras leer en Clarín la nota sobre el inminente desalojo, un donante anónimo se acercó al Juzgado Civil 57 y depositó los 28.000 dólares necesarios para cancelar la deuda.
Por la tarde, el hombre se acercó a conocer el hogar.
“Tiene unos 37 años. No quiso ni darnos su nombre. Sólo nos dijo que se llama Diego y que es empresario de la construcción.


Estaba emocionadísimo: nos contó que él tuvo necesidades de chico, y que eso lo movilizó, apenas vio la nota, a hacer la donación.


Estuvo comiendo tortas fritas, se tomó unos mates, le agradecimos de nuevo y se fue”, relata Lidia.
Sol Naciente empezó a alumbrar en el patio de la casa de Lidia, en el Barrio Illia, cuando comenzó a darles de comer a nueve hermanitos abandonados por su familia. En poco tiempo fueron sumándose otros niños. Y con la crisis de 2001-2002, las voluntarias terminaron abriendo un comedor comunitario en la Manzana 2 del Barrio Illia, para los chicos del barrio y de la Villa 1-11-14.
Pronto se dieron cuenta de que la mayoría eran hijos de madres solas o único sostén de su hogar, y de que ellas estaban tan hambrientas y necesitadas como sus chicos. Ése fue el origen del hogar, que desde el primer momento albergó a mujeres víctimas de la violencia de género, y a madres en situación de calle, junto con sus hijos.
El hogar funcionó al principio en un galpón de la villa. Ya convertido en asociación civil sin fines de lucro, Sol Naciente lo trasladó a otro galpón, alquilado, en el Bajo Flores. En 2003, una donación de una voluntaria permitió encarar la compra. Más donaciones sirvieron para darle el equipamiento mínimo; de esa época son la mayoría de las 60 camas y de los colchones, que hace tiempo están necesitando ser reemplazados.
Desde el comienzo, el hogar fue mucho más que un lugar donde comer y pasar la noche. Las mujeres son acompañadas a tramitar sus documentos y los de sus hijos, a escolarizarlos, a completar ellas mismas su alfabetización. Participan además en talleres de autoestima, operadores en violencia, fotografía, teatro, mermeladas, artesanías en velas y sales de baño.
Uno de los pilares de Sol Naciente es la panadería, para enseñar a las mujeres a hacer pan, pastelería y pastas frescas; mientras aprenden un oficio –la mayoría llega a lo sumo con un trabajo informal–, abastecen al comedor, que en la actualidad brinda almuerzo, merienda y cena a 700 niños y adultos.
Otra parte de la producción se vende a quienes quieren colaborar de este modo con el proyecto.


“Ya estamos fabricando pan dulce para estas fiestas”, anuncia Lidia, con la esperanza de que su venta ayude a cubrir al menos parte de lo que les está faltando. Y recuerda que los pedidos pueden hacerse por teléfono al hogar, al 4919-9773 o al 4919-3873.
Sucede que, por pagar las cuotas de la hipoteca, Sol Naciente fue postergando arreglos básicos e incluso equipamiento indispensable (ver “Hay mucho...” ). Aún así, la crisis internacional de los últimos años significó que muchos aportantes dejaran de colaborar, y desde 2007, los ahorros apenas alcanzaron para pagar los intereses de la hipoteca, pero no las cuotas.
Tras el juicio iniciado por el dueño, el juez fijó el 15 de diciembre para el remate. La angustia de las mujeres allí alojadas sólo fue superada por la desesperación de las voluntarias.
“Mucha gente nos llamó para decirnos que harían donaciones importantes, pero ninguna se concretaba”, cuenta Lidia.
Hasta ayer, cuando un hombre que conocía el problema del hogar, leyó la nota en Clarín, sin decir nada fue al juzgado y puso los 28.000 dólares para cancelar la hipoteca.
“Estamos muy agradecidas con él”.
Recorrió las instalaciones, relevó todo lo que falta por hacer, y prometió volver.
“Dijo que regresaría, para ver cómo se pueden arreglar algunas cosas. Lo que esperábamos del Gobierno de la Ciudad, vino por este donante anónimo. Fue un milagro”.


Fuente: Clarín

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