Roberto Maurer
Cuando el público es consultado acerca de sus preferencias al momento de sentarse frente al televisor, es común escuchar que se inclinan por History Channel, Encuentro, Animal Planet o Canal (á), o sea las señales genéricamente llamadas “educativas”. Sin embargo, los relevamientos de audiencia de los canales de cable no reflejan tan refinada inclinación por la historia en estado de amenidad, la zoología de punta y la cultura en píldoras: las señales de cable más vistas son las dedicadas al deporte y las noticias.
Es decir, existe una hipocresía social que autoriza a desconfiar de los dichos de la gente en relación con sus gustos televisivos. Y en los canales de aire, es habitual que esa manifestación de espiritualidad se exprese constantemente a través de protestas por la vulgaridad cuya nave de bandera es el programa de Marcelo Tinelli, con sus trifulcas ruines, un lenguaje procaz y coreografías porno, y que se rechacen los espacios de chimentos de aire canalla o aquellos consagrados a las recopilaciones de otros canales, que, manipuladas, amasan nuevos monstruos, o los programas de cámaras callejeras que se regodean morbosamente con la violencia urbana y los momentos más decadentes de la especie.
Entonces, se levantan púlpitos y se escuchan sermones. La tele sigue cayendo en picada, nos dicen, ¿hasta dónde vamos a llegar? ¿Adónde se fue el humor sano de Juan Carlos Mesa y Mario Sapag? ¿No se podrían evitar tantos asesinatos en las telenovelas y volver al costumbrismo de Rolando Rivas, en el que los personajes toman mate con la seguridad de que no ha sido envenenado? ¿Y aquellos grandes shows musicales del pasado? La clase media políticamente correcta evoca con nostalgia a los fantasmas de Pipo Mancera y Cacho Fontana, mientras, horrorizada, busca una explicación al éxito de Tinelli, que no es un anticristo vomitado por el infierno, sino un fenómeno que puede ser estudiado y entendido.
Un show a medida
Por lo tanto, pudo resultar razonable que la reaparición de un formato de big show realizado con un enorme esfuerzo de producción, tecnología de avanzada y sin ofensas al buen gusto, sería una alternativa parecida al tipo de televisión que mucha gente dice extrañar. Sin embargo, la reaparición de Nicolás Repetto con su “Sábado Bus” no encontró a ese público que reclamaba un show sin agresiones a su moral. En su debut, apenas promedió 14 puntos y perdió lastimosamente frente a “Sábado Show”, el subproducto de Tinelli sin Tinelli que animan sus secuaces, de pobre puesta en escena. Para colmo, ese día se anunciaba un número reumático: Graciela Alfano bailando en un tributo a Madonna. “Eso no es bailar, caminó todo el tiempo, abrió la boca, puso cara de trola y nada más”, sintetizó cruelmente una televidente anónima en un blog.
Luego de ser superado por la danza de esta paquita de edad avanzada, a la semana siguiente “Sábado Bus” volvió a la derrota y entonces resulta lícito pensar en la ingratitud de la gente que reclama a la tele, pero no apoya un lujoso show como “los de antes”, al margen de los defectos específico del envío, y se le reprocha justamente que “atrasa diez años”.
Intolerancia
Además, es curiosa la hostilidad que despierta Nicolás Repetto, a quien, a pesar de los años transcurridos, no se le ha perdonado que en 2001 haya escapado de la crisis para refugiarse en España, como tantos argentinos. Cuando volvió después de dos años, presentó un compacto sobre la crisis que despertó indignación: un expatriado no tenía derecho a opinar sobre los acontecimientos que no había vivido.
A esa experiencia se asocia la expresión “año sabático” que ha utilizado Repetto para describir su libertad de elección, en una actitud que también ha sido condenada. Y es llamativo que la intolerancia siga vigente, a pesar del paso del tiempo. Por ejemplo, algunas observaciones suyas de cierta impertinencia sobre la pareja de Emilia Attías, invitada a “Sábado Bus”, despertaron la ira del novio, que twitteó: “Se nota que vive mucho en España, fracasado de m...”. Al parecer, Nicolás Repetto cometió dos pecados imperdonables: vivir dos años en España y tomarse vacaciones en la tele.
Fuente: El litoral
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